«Anatomía de un instante»
Javier CERCAS
Contemplando el intercambio entre el candidato Sánchez y la señora Nogueras, diputada de Junts, me acordé –por esas incontroladas asociaciones de ideas– de esa novela, que analiza el intento de golpe de Estado del 23-F.
De ahí mi intención de analizar algunos instantes de tan lamentable enfrentamiento. Ambos protagonistas, recalcaron lo señalado en su pacto previo: que sus posturas son irreconciliables, no estando dispuestos a moverse un ápice de ese punto de partida. El resultado había sido paradójico: firmar un presunto ‘acuerdo’, con evidente contradicción en sus propios términos.
Primera pieza anatómica: el ciudadano de a pie, suscribe –inconscientemente– que el derecho es un instrumento coactivo del Estado, destinado a regular la vida social. De ahí mi arraigado interés por hacer notar a mis sucesivos alumnos de primero de derecho que no hay nada más opuesto al Estado de Derecho que plegarse ante un derecho del Estado, en vez de recurrir a lo jurídico para controlar sus poderes. Esa es la situación de los dictadores, que imponen a los súbitos su mera voluntad.
Sánchez habría quedado suspenso, dada su defensa del palabro ‘desjudicializar’, que equivale a establecer que los amigos del que manda no deben estar sometidos a la ley; en contra de lo que a los jueces compete garantizar.
La proposición de ley no deja de reflejar tal planteamiento. Intenta engañar afirmando que, al no prohibir la Constitución las amnistías, queda campo abierto para darles paso. Oculta que el constituyente las descartó de modo expreso, al rechazar las varias enmiendas presentadas para hacerla posible. Kelsen, diseñador del modelo europeo de control de constitucionalidad, lo calificó de «legislación negativa »; el Tribunal correspondiente no debe poner norma jurídica alguna, sino quitar las consideradas incompatibles con la Constitución. Así lo hicieron las cámaras constituyentes, al rechazar que a la amnistía se incluyera entre las medidas de gracia del artículo 62.
Segunda pieza: fue llamativa la reiterada alusión de Sánchez a las virtudes del «tiempo». Demostró lo ya sabido: que no tiene prisa en abandonar el poder, gane o pierda las elecciones. No se conforma con parar, templar y –sobre todo– mandar, sino que, además, pretende que se paren los relojes. Su acreditado papel de vendepatrias le permite pactar con los enemigos de la Constitución y con los que –tras forrarse en ella de privilegios– se negaron a votarla. Dado que la posible alternativa democrática no concibe adentrarse en tales pactos, basta con demonizar a Vox para asegurarse de que el PP solo podrá gobernar si logra una mayoría absoluta; lo que implica un juego democrático radicalmente desigual. De ahí que pidiera a la interlocutora, que se pavoneaba de su independentismo, que se armara de paciencia y diera tiempo al tiempo.
Tercera pieza anatómica: convencer a su interlocutora de que se trata de aprovechar un momento excepcionalmente oportuno, dado que él se muestra a su merced. Mientras más se alargue el tinglado, más podrá chantajearlo. El contenido del famoso pacto no disimulaba ese juego, a costa de los sufridos españoles de segunda división, abandonados a su suerte.
El coste de la operación supone, a la vez, un grave deterioro de las instituciones. La Constitución rechaza (artículo 67. 2) que los diputados estén sujetos disciplinadamente a un «mandato imperativo ». Los que apoyaron la investidura optaron por esconderse tras los burladeros –nunca mejor dicho– de sus partidos, como sus antecesores se tiraron a suelo en el golpe anterior. Al presidente del Constitucional se le considera prevaricador por anticipado, presentándolo como asesor jurídico de Sánchez. Al Tribunal de Cuentas le requisan la calculadora. Como colofón, los ciudadanos se ven sometidos a un proceso de acostumbramiento en el que no hay institución que sobreviva. Andres Ollero. De la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas