Suprimir el Tribunal Constitucional
TC
Tribuna Abierta
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Ni siquiera una UCI, tras una inesperada doble operación quirúrgica, es mal sitio para rendir homenaje a “una Constitución imperfecta”. Lo he hecho leyendo a mi colega y entrañable amigo Curro Contreras que anima a “salvarla” y afirma bastante más: “hubiera sido mejor que la Constitución no hubiese instituido un Tribunal Constitucional colonizable por los partidos (la tarea crucial del control de constitucionalidad de las leyes se hubiese podido encomendar a una sala especial del Tribunal Supremo)…”.

La figura del Tribunal Constitucional no parece entusiasmarle. Su propuesta de sustitución no es nueva. La planteó, hace años, Esperanza Aguirre; con el atenuante de no ser catedrática de filosofía del derecho.

No la comparto. Las Constituciones europeas coinciden en deslindar legalidad y constitucionalidad. Como eco de la lúcida distinción de la ley fundamental alemana entre el derecho y la ley; que es de la que se ocupan los tribunales supremos, mientras el derecho marca transcendencia constitucional.

El mismo Contreras no parece considerar imprescindible la supresión del alto Tribunal, ya que lo critica, “dado su sistema de nombramientos”; crítica que comparto.

El buenismo partitocrático de los constituyentes lo diseñó con notable torpeza, sacrificando la democracia en los altares de la partitocracia. Como hiciera luego el partido socialista con el Consejo General del Poder Judicial, olvidando, interesadamente, su clásica propuesta de autogobierno judicial.

Sin duda, será difícil salvar el prestigio Constitucional, si no se modifica el sistema de nombramiento de sus magistrados. Lo he resaltado en mi contribución al espléndido homenaje a la Constitución de “El Cronista del Estado Social y Democrático del Derecho”, que impulsa Santiago Muñoz Machado.

Nombrarlos a pares es preanunciar el reparto del botín entre los grandes partidos. Nombramientos uninominales como el del Defensor del Pueblo no han ocasionado problema alguno. Aznar se permitió proponer a un socialista unánimemente respetado.

Por si fuera poco -cada nueve años- se concede al gobierno la oportunidad de nombrar a dedo a dos; lo que tradicionalmente invierte la querencia dominante en el Tribunal. El disparate está servido, en homenaje a la presunta democracia partitocrática.

Mientras tanto, el prestigio del Tribunal queda en manos de sus magistrados, uno por uno. Lo afirma quien ha estado casi quince años vinculado a un partido político y no ha tenido problema para discrepar más de treinta veces de los “hunos” y de los otros.

Asunto distinto es cuándo volveremos a disfrutar de un consenso como el de la transición, capaz de paso a cambios de esta hondura. El sanchismo prefiere pactar con los enemigos de la Constitución, disfrutando de una polarización contra natura, que destroza lo que tanto costó levantar.

El Estado de las Autonomías se convierte en un semillero de desigualdades entre los ciudadanos, al servicio de unos dementes que consideran más valiosos los territorios que las personas; retrotrayéndonos al feudalismo.

Se bordea el ridículo. Europa tiene que hablar catalán y en las cámaras españolas se dispendia en traductores, para que luego unos vascos con sentido común -loados sean- opten por que se les entienda en español; pero lo importante es el culto de hiperdulía a Sabino Arana.

Por supuesto, la amnistía ha de convertirse en un redentor jubileo bíblico, que acabe perdonando hasta las multas de tráfico. Que ya está bien de tener que aguantar a la guardia civil, porque supremacismo solo hay uno -en paisanos- y, si acaso, tres en territorios.

La primacía del derecho europeo, de la que tan celoso es el Tribunal de Luxemburgo; hay que supeditarla a los graves problemas del barrio y se aprueban enmiendas por si los cogemos distraídos… Andrés Ollero, de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas

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