Ni los frutos económicos justifican privar de la libertad a un ser humano, ni delicados problemas personales pueden justificar eliminar a otro.
«Tengamos la postura que tengamos en el debate sobre cuándo un ser humano merece ser llamado y tratado como tal, todos sabemos que ese burruño de células acabará siendo un crío si lo dejamos».
(Ana Iris Simón)
El Tribunal Supremo de los Estados Unidos parece empeñado en hacer historia. Ya la hizo en etapa anterior exportando la idea de que la protección de la ‘privacidad’ justificaría la conversión del aborto en derecho constitucional. Sus actuales componentes no parecen dispuestos a ser menos y -rectificar es de sabios- sugieren que en su Constitución, única fuente de derechos fundamentales, no le encuentran fundamento. Si persisten, habrán dado un gran paso en favor de la humanidad. Abrirían una senda que podría igualar el alcance de la abolición de la esclavitud.
Ni los frutos económicos justifican privar de la libertad a un ser humano, ni delicados problemas personales pueden justificar eliminar a otro.
Antonio Burgos le ha echado al asunto el valor a que nos tiene acostumbrados, después de tantas corridas, y se ha atrevido a poner por las nubes a un obispo -qué cosas…- que ha considerado oportuno recordar que «un huevo de águila es ilegal destruirlo, con multa de hasta 100.000 euros, y un año de prisión. Un embrión humano es legal matarlo por cualquier razón, usando tus impuestos en una clínica de abortos». Después de ver a un compañero de curso de Portaceli en modo heroico, no sería perdonable -legión del año 60, decía el himno- esconderse en el burladero más a mano.
Por aquí -siempre nos empeñamos en llegar tarde- se nos anuncia triunfalmente un aborto «sin sobre y sin reflexión», con lo que pronto veremos a una empoderada dando saltos de alegría, convencida de que un aborto más será siempre un nuevo paso en la emancipación de la humanidad.
El lema elegido no es casual. El progreso nos exige un «aborto sin sobre». El asunto tiene su explicación. Se trata de que abortar sea algo tan normal como dejarse sacar una muela. ¿Desde cuándo, para ir al dentista, te tienen que dar un sobre? Y, por si fuera poco, cerrado a cal y canto, no se le vayan a caer las letras. Son ganas de darle importancia al asunto, poniendo trabas a la libertad. No tiene más importancia que cambiar de sexo y ya está al alcance de cualquier menor de edad.
Sin sobre pues y, por supuesto, «sin reflexión». Ese empeño por reflexionar es una tontada de los alemanes, a los que tanto daño hizo Kant. Allí no se conforman con un sobre; decidieron montar una entrevista dialogada para sacar a la luz los pros y los contras. Qué ganas de complicarse la vida. Haces unos días volví al Congreso de los Diputados. En una mesa redonda con los pioneros del Comité Nacional de Bioética, tenían claro que el consentimiento informado había marcado un antes y un después en la asistencia sanitaria. En temas tan triviales como el que nos ocupa hay que dar, por lo visto, a todo el mundo por informado y si alguien se empeña -cerca de una clínica abortista- en dialogar reflexivamente con una joven de cara preocupada, a la trena por enemigo del progreso.
Me dirán antiabortista, me voy acostumbrando. Ya dijo mi amigo Antonio -del que tanto he aprendido de literatura, de andalucismo y de echarle coraje a la vida- que el que no pase por el aro lleva insulto en el sueldo. No soy antinada. Simplemente he dedicado decenios a explicar filosofía del derecho y lo que en fondo me preocupa es que se confunda un derecho con un mero deseo, amparado en lo políticamente correcto o con una pretensión arbitraria.
Un derecho fundamental es algo muy serio. Es una exigencia vinculada a la justicia por un fundamento objetivo y razonable, difícilmente imaginable sin consentimiento informado y sin un razonamiento reflexivo. La Constitución española no brinda fundamento -ni objetivo ni razonable- sobre el que apoyar un pretendido derecho al aborto.
Se ha recordado con acierto: «El actual artículo 15 de la Constitución utiliza la palabra ‘todos’ para atribuir el ‘derecho’ a la vida. Inicialmente se hablaba de ‘toda persona’. Es evidente que el cambio demuestra que la protección se refiere a todos los seres humanos y la ciencia impide negar condición humana al embrión». Me preocupa también, después de más de diecisiete años de diputado, que pueda haber quien piense que hablar de estas cosas engorda a Vox. No creo que ser ‘de centro’ consista en mirar una y otra vez hacia otro lado; me temo que, con tal sistema, es más probable acabar un poco bizco.