Vivir es argumentar
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Tribuna abierta
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Nadíe publica un libro sin motivo. Esto me obliga a remontarme a los años cincuenta. A los alumnos se nos inculcaba que la formación que estábamos recibiendo y continuaría en la universidad implicaba un privilegio y, en consecuencia, generaba una deuda respecto a la sociedad. Por otra parte, despertaba en mí ya la idea de comunicar las propias ideas a los demás. Dos años después vi, por vez primera, mi firma en letras de molde, en una revista universitaria del Colegio Mayor. La transición democrática incentivó, siendo ya docente en Granada, esa vertiente. Publiqué artículos de opinión y, una semana antes de promulgarse la Constitución, salté al ámbito nacional con mi primera tribuna en ABC; el diario en el que había aprendido a leer.

Lo que me invitaba a escribir era el intento de ampliar el auditorio, más allá del centenar largo de alumnos que poblaban el aula. Sin duda, este afán de dialogar con el lector influyó en que –sin que se me hubiera pasado por la cabeza– me viera encabezando en 1986 una candidatura al Congreso, lo que me dio pie a experimentar un nuevo género: la entrevista. Esta convierte a una nutrida serie de profesionales de la prensa en coautores del libro, en ellas se habla de lo que ellos consideran oportuno.

La primera entrevista, cuando yo aún era un modesto profesor adjunto mereció, sin embargo, un rótulo profético: «Estoy convencido de que cuando los socialistas se consideren en condiciones de gobernar abandonarán su confesionalidad marxista»; ocho meses después, el fugazmente dimitido Felipe González lograba convencer de ello a sus huestes.

Una característica de buena parte de las entrevistas es tener como motivo que acababa de presentar un libro. No se estila mucho que los diputados practiquen tal función, pero me había comprometido conmigo mismo que a mi tarea política no me apartara de la universidad. Mantuve siempre un seminario de jurisprudencia constitucional, con los alumnos que algunos amables colegas me proporcionaban. A la vez esto me fue pertrechando de una buena ración sentencias que me serían luego muy útiles en el Tribunal Constitucional

Lo resalto como fruto de una contradictoria experiencia: cómo me alegra encontrarme con algunos de los miles de jóvenes a los que atendí como alumnos, cuando me los encuentro convertidos en profesionales de prestigio. Cuando llegué al Parlamento me propuse que no pasara una semana sin que mis electores tuvieran prueba de mi existencia. Me lo posibilitaron las preguntas al Gobierno con respuesta escrita. Era frecuente que en el Congreso me llamaran profesor, lo que pudo dar pie la publicación, con motivo de mi jubilación, de un libro en el que participaron más de un centenar de profesores, la tercera parte de ellos extranjeros. Recuerdo que –ya preocupado por la posible vacancia futura– intrigué a la nutrida audiencia en la Sala de Columnas anunciando que había resuelto el problema: leeré el libro.

Las diferencias de calendario vacacional favorecían acudir a las invitaciones iberoamericanas para ir a centros universitarios; lo que explica que haya entrevistas en Brasil o Chile. Lo mismo ocurrió en Europa. De ahí que perorara en Kiev, Odesa, Wroclaw, Gdansk o Sibiu y acabara, fuera de España, investido doctor honoris causa’: en Alba Iulia (¡Rumanía!). 

Andrés Ollero Tassara
De la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas

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