Una vida lograda
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«Antonio Robles Ortega».
Exconsejero de Educación en la Embajada de España en Marruecos

 

En tiempos de tanta miseria moral, en los que se está utilizando el interés general y el respeto debido a la legalidad institucional como moneda de cambio para comprar la permanencia en el poder, en este páramo en que se ha convertido ahora la política española, desierto poblado de espíritus enanos y traidores, tan pequeños de honestidad a veces como grande su egoísta ambición de poder, tiempos ayunos de personas ejemplares y nobles al servicio de esta gran nación que ha sido durante siglos España, resulta gratificante y esperanzadora la enhiesta figura que se levanta aquí como surtidor de sombra y sueño, de utopía posible y necesaria, testimonio de trabajo y honradez constante. Decía Jürgen Habermas, con la habitual complejidad y precisión de su lenguaje germánico, que la tarea de la filosofía, del pensamiento crítico y reflexivo, debe consistir en desenmascarar las huellas de la violencia que, en la ruta dialéctica de la historia, impiden el diálogo y la comunicación sin coacciones. Yo creo que el profesor Andrés Ollero, hoy Secretario General del Instituto de España, ha dedicado a esta noble misión toda una larga vida académica, un buen puñado de años como parlamentario, más tarde magistrado del Tribunal Constitucional y una presencia constante, durante varias décadas, tanto en el debate parlamentario como en los medios de comunicación.

¿Tendrá la razón todavía hoy su oportunidad, en época de fake news, de políticos farsantes que elevan su voz engolada durante los minutos que les enfoca la cámara televisiva para decir lo contrario que ayer según el viento sople a favor de sus mezquinos intereses egoístas? La respuesta directa a la mandíbula viene a decirnos sin titubeos que sí, que es posible para alguien que quiera vivir una vida digna de ser vivida, que “Vivir es argumentar”, título con el que la Editorial Tirant lo Blanch acaba de publicar el último libro de este motivador docente, fogoso parlamentario, implacable y respetuoso polemista, magistrado intachable del Constitucional. Una recopilación de entrevistas, ordenadas cronológicamente, desde el 12 de enero de 1979 hasta la de Fran Serrato para The Objective, del 11 de diciembre de 2022. Más de cuarenta años de vida pública y de testimonio coherente sobre las cuestiones más candentes y polémicas de la sociedad española, que nos deleitarán y enriquecerán con su lectura.

La intención del libro es autobiográfica pero, probablemente para huir de la autocomplacencia que suele acompañar con frecuencia al género memorial, el magistrado emérito del Tribunal Constitucional expone sus ideas y el compromiso social que siempre le acompaña a través de sus ágiles y profundas respuestas, cargadas de ironía a veces, mirando siempre de frente a las preguntas que, libremente y sin coacciones interesadas, le van haciendo sucesivos profesionales de los medios de comunicación a cuyo colectivo, por cierto, dedica este magnífico libro. Homenaje merecido a los protagonistas de la comunicación, los mass media , esa tercera cultura construida sobre los cimientos de la culturas humanística y científica que le precedieron , cuyos poderes benéficos y también perversos se acrecientan exponencialmente cada día que pasa, como consecuencia de la digitalización y el desarrollo de la inteligencia artificial.

Salpicando la trabazón de ese rosario de entrevistas, coincidentes muchas de ellas con la publicación de uno de sus numerosos libros a lo largo de casi medio siglo de nuestra más reciente historia, engarzadas como perlas a través del breve comentario contextualizador de cada uno de esos momentos, el autor y magnífico prosista nos va deleitando con el relato de variopintas anécdotas que le ocurrieron a lo largo de su trayectoria vital. Hay un momento estelar en el que agradece al columnista del ya desaparecido Diario 16, José Aguilar, la generosa defensa que le hace por la injusta y cruel agresión que sufre en sus carnes en la época en que Andrés Ollero ejercía de diputado en el Congreso. Mofándose de los sentimientos y convicciones religiosas del profesor y diputado por Granada, el secretario del PSOE de la ciudad de la Alhambra, Ángel Díaz Sol, dijo que Ollero había sido el único diputado que había salido con tres votos de diferencia sobre los demás: castidad, obediencia y pobreza. En su defensa, el desconocido periodista para la sorprendida víctima de esta cruel incursión en los sentimientos religiosos de una persona, le viene a decir que más honesto y ejemplar para un político será siempre hacer voto de pobreza que de “trinque”, como al parecer hacían otros.

Fiel a sus convicciones humanistas durante toda una vida, pudo presumir de independencia política como docente universitario, implicarse más tarde en el compromiso político y transitar por el andalucismo de Clavero y la democracia cristiana hasta su integración en el partido popular sin cambiar de ideología. Todo eso sin dejar de pensar y expresarse con libertad, interpelando sin cesar a todos e interpelándose a sí mismo, como voraz buscador de la verdad, pues vivir humanamente es argumentar para persuadir y también para comprender la posición del interlocutor. Compañero en su época de estudiante en la Facultad de Derecho de Sevilla de personajes como Felipe González, Fernando Pérez Royo, Rafael Escuredo y Alejandro Rojas Marcos, el protagonista del libro es como el maquinista vigilante y atento de un tren de experiencias que recorre medio siglo de nuestro reciente paisaje histórico. Subidos al tren de sus relatos, anécdotas y entrevistas, es casi imposible bajarse de él sin llegar hasta el final de una tacada. Apasionante lectura y sumamente fértil que, acercándose a su final de detiene en la estación del Tribunal Constitucional al que Andrés Ollero dedicó nueve años de su vida y algunas de las páginas más agudas y brillantes de su prosa literaria, en las ponencias que defendió, en los numerosos votos particulares que se atrevió a sostener y que hablan mucho de su rebeldía ilustrada y de su autenticidad e independencia política.

A este respecto, imitando a Karl Popper cuando decía que una teoría científica es tanto más fuerte y resistente cuanto más numerosos sean los intentos de refutación que ha resistido, considerando además que, si nadie se atreve a refutar nuestra teoría, nosotros mismos debemos intentar hacerlo, Andrés Ollero ha publicado recientemente otro trabajo dedicado a realizar su propia auditoría acerca del trabajo desarrollado como magistrado del Tribunal Constitucional. Por cierto, nadie audita el funcionamiento de las grandes instituciones del Estado y sanciona a quienes, como ocurrió recientemente en el Congreso de los Diputados, aplican el ridículo uso de las lenguas cooficiales saltándose el reglamento, para debatir la necesidad de esta absurda modificación reglamentaria, y posteriormente poder aplicarla legalmente. Volviendo al caso, nuestro magistrado emérito analiza con minuciosidad los 69 votos particulares en los que ha discrepado de los acuerdos tomados por el Tribunal, mostrando que, frente a quienes pudieran pensar que siempre lo hizo en consonancia con su presumida pertenencia al llamado “bloque conservador”, nada más y nada menos que 33 de ellos fueron en contra de ese presunto bloque ideológico. Por si quedaba alguna duda por disipar sobre el ejercicio independiente y crítico de su ejercicio como magistrado, suele contar en sus conferencias e intervenciones públicas el profesor Ollero cuando sale a colación este asunto que la única llamada que recibió del PP en esos nueve años fue de la Vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría para decirle que el Gobierno no apoyaría su candidatura a la presidencia del Tribunal Constitucional, presidencia que por turno le correspondía.

Si alguien duda de que sigan existiendo referentes de integridad y honestidad como los de aquella generación a la que debemos la modélica transición política de 1978, la lectura de este apasionante testimonio despejará todas sus tinieblas al contemplar la humilde grandeza del personaje que, en acertada expresión del filósofo francés Luc Ferry, plasma en su persona el aristotélico arquetipo de una vida lograda.

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