Presentación de Vivir es Argumentar. Ignacio Camacho
Recomendar en redes

Andrés Ollero es ante todo un hombre coherente. Un hombre de principios. Morales, religiosos, culturales, jurídicos y políticos. Sí, sí, háganle fotos porque están ustedes ante el espécimen casi único de un hombre con principios políticos. Por eso no se extrañarán ustedes de que no haya hecho demasiada carrera política, aunque no son pocos 17 años de diputado en el Congreso. Bueno, ustedes pensarán con toda lógica que el Tribunal Constitucional también es un órgano político, y no les faltará razón aunque él ha dedicado toda su estancia allí a refutar esta idea. Un órgano de extracción política es sin ninguna duda, pero Andrés ha demostrado, y por fortuna no ha sido el único, que se puede ser magistrado del TC y defender su principio y su criterio con toda independencia. Quizá por eso, lo cuenta en este libro, Soraya Sáenz de Santamaría lo vetó como presidente, aunque en teoría al presidente lo eligen los propios magistrados. Y es que de los 69 votos particulares que emitió en sus nueve años de magistrado, y que también tiene publicados en otro libro, la mitad eran sobre sentencias aprobadas con mayoría, para entendernos, conservadora. Es decir, de los suyos en teoría. Pero Ollero no es de «los suyos» cuando los suyos contradicen sus principios, y uno de esos principios irrenunciables es el derecho a la discrepancia, la libertad frente a la disciplina impuesta por partidos, bandos o facciones. Uno de esos últimos votos discrepantes fue, por cierto, sobre el primer estado de alarma, sentencia en la que se pronunció a favor de la constitucionalidad del decreto. Nunca le ha importado situarse en la minoría, en el bando perdedor, cuando se trataba de defender su criterio, su concepto de la justicia, su sentido de la equidad jurídica. Y como catedrático de Filosofía del Derecho, alumno de Giménez Fernández y discípulo de López Calera, algo sabe de eso.

Habrán deducido ustedes también que Andrés es un· hombre tenaz. Lo demostró durante las cinco legislaturas que estuvo en el Congreso. Lejos de la figura tradicional del diputado ‘culiparlante que se limita a calentar el asiento y apretar el botón de voto cuando toca siguiendo la consigna del portavoz de turno -y aun así hay algunos que se equivocan-desplegó en esos 17 años una actividad individual incansable. No sé si habrá algún colega que lo haya superado en iniciativas, interpelaciones y preguntas aJ Gobierno, también con frecuencia al de su propio partido, por supuesto. El lema de «Ollero al remate», con el que concurrió a su primera campaña electoral, se hizo popular entre los diputados y la prensa, ·a los que bombardeaba con cuestiones de todo tipo, la mayoría relativas a problemas de su circunscripción, Granada. Se creó fama de pesado, claro, pero muy pocos parlamentarios han luchado tanto y tan exhaustivamente por los intereses concretos de los ciudadanos de su provincia. Recuerdo bien el machaque que daba con el pantano de Rules, que ahí sigue, sin conducciones, o con la autovía Bailén-Motril, también conocida como autovía de Sierra Nevada, terminada al fin después de que él dejara el escaño, y a cuya inauguración no sé si alguien se tomó la molestia de invitarlo. Andrés había empezado en la Cámara de la mano del POP de áscar Alzaga, después de un escarceo en la fallida Unidad Andaluza de Clavero Arévalo, y luego siguió en el Partido Popular hasta que, pese a ser legalmente compatible, se desafilió cuando fue elegido miembro del Tribunal Constitucional. Un ejercicio de autonomía individual algo en desuso últimamente, como ustedes saben. Pero es que estamos ante un tipo de los que ya no se llevan.

Y sí, Andrés es católico, y miembro del Opus Dei, militancia que siempre ha proclamado o reconocido sin alharaca pero con orgullo. Y defiende una concepción jurídica iusnaturalista, como corresponde a sus creencias y a su disciplina académica. Católico no significa que defienda la confesionalidad institucional; de hecho, y en este libro hay muchas reflexiones al respecto, ha teorizado con profusión y profundidad sobre el Estado confesional, el aconfesional -que es el de nuestra constitución-y el laico. Debe de haber pocos profesionales del Derecho en España que separen tan meticulosamente sus propios fundamentos morales y el respeto a los ajenos, que por supuesto refuta cuanto y cuando puede desde la profundidad del debate académico. Pero, como hombre de la Transición que es, está educado en la importancia del consenso. Viene al caso recordar que su ponencia sobre (o contra) la ley del aborto estuvo congelada en el Constitucional doce años, doce, por falta de acuerdo, hasta que la nueva mayoría sanchista ha aplicado el rodillo para dejar el asunto resuelto.

Les hablo tanto del autor porque en realidad este libro es sobre él mismo. Es una serie de entrevistas, publicadas en prensa a lo largo de 40 años, que recogen sus puntos de vista sobre, como diría Unamuno, esto y aquello. Un mosaico que compone un resumen de su pensamiento jurídico, moral y político, expresado a lo largo de dos docenas de trabajos universitarios, tesis y libros. Aquí habla, con la desenvoltura y la legibilidad de una conversación, de sus distintas etapas vitales, de su trabajo parlamentario, de su juicio sobre las leyes, de personalidades que ha conocido y, sobre todo, de su modelo de sociedad articulado a través del Derecho. Y uno no sabe si será una virtud en estos tiempos de «cambios de opinión» elevados a la enésima potencia, pero a lo largo de todas estas páginas se percibe una intensa congruencia sostenida en el tiempo. No es un libro · biográfico ni autobiográfico, aunque sí personal, sino argumentativo. Vivir es argumentar dice el propio título. Y aquí, más que la clásica cháchara coyuntural propia de las entrevistas periodísticas, lo que prevalece es la fuerza de los argumentos, que además él sabe explicar con síntesis profesora! y un lenguaje de fácil comprensión para cualquier lego. Las ideas y los valores defendidos en 1979 son sustancialmente los mismos, con los lógicos matices de oportunidad, que en 2000 o en 2023. La escuela del Derecho natural deja impronta, claro, sobre todo si se ha profundizado en sus conceptos. Digamos que tanto el libro como su autor son profundamente antirrelativistas, y el lector podrá percibirlo sin esfuerzo. Por eso los cambios políticos, los vaivenes partidistas, las clásicas veleidades situaciones de la vida pública, le han pillado siempre en el mismo sitio. Al remate, en definitiva, de su consecuente autonomía para pensar por sí mismo. Ignacio Camacho

MÁS
Libros

MUCHAS GRACIAS POR VISITAR LA WEB