«En el Congreso parece que concursan a ver quién insulta mejor»
ElCorreo

César Coca

27/10/2024

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Andrés Ollero Catedrátrico y exmagistrado del Constitucional Advierte contra el maniqueísmo de la «superioridad moral» porque entonces lo correcto es «ayudar a los buenos»

Andrés Ollero (Sevilla, 1942) ha hecho compatible en su vida el estudio académico con la praxis política. Catedrático de Filosofía del Derecho, autor de numerosos libros y artículos sobre su especialidad, fue también diputado por el Partido Popular durante diecisiete años y miembro del Tribunal Constitucional entre 2012 y 2021. Está en posesión de la Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio, es el secretario general del Instituto de España y asegura que puede demostrar que mientras pasó por el órgano de control constitucional ejerció su tarea con total independencia. No solo porque presentó más votos particulares a decisiones tomadas por los magistrados propuestos por el PP que por el PSOE, sino también porque fue el ponente de la sentencia que tumbó la amnistía fiscal de Montoro, compañero de escaño. «No fui allí a hacer amigos », comenta. El próximo martes presentará en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, de la que forma parte, su libro ‘Entre el Derecho y la vida pública’ (Ed. Aranzadi), en el que hace un repaso a su trayectoria académica y política.

–Dice usted en su libro que muchos se preguntan qué hace un diputado. Al hilo de algunas cosas sucedidas recientemente, ni se leen lo que votan. ¿Por qué hemos llegado a esto? ¿O resulta que ha pasado siempre?

–Por lo que me comentan, ha habido un notable bajón en la clase política. Cuando yo estaba en el Congreso, había personas con oficio y beneficio, gente que perdía dinero estando allí. Ahora a veces parece que en los plenos hay un concurso para ver quién insulta mejor. Sigue habiendo gente valiosa, de eso estoy seguro, pero igual son quienes no llaman la atención. Es probable que detrás de todo haya un deseo de rejuvenecer la cámara y eso es algo que tiene ventajas e inconvenientes. No olvidemos que a ser parlamentario se aprende, y alguien tiene que enseñarte.

–¿Ganaría hoy unas elecciones alguien que ofreciera sangre, sudor y lágrimas o quien prometiera el cielo sin sacrificios?

–El político debe generar confianza y eso lo da la trayectoria. Yo he hecho muchas veces programas electorales, pero soy consciente de que eso, el programa, no gana elecciones.

–O quien diga lo que los ciudadanos o los dirigentes de su partido quieren oír. En su libro habla de brillantes discípulos por los que sintió pena cuando se incorporaron a un partido nada más terminar los estudios…

– Lo escribo con una cierta ironía, pero es cierto que ser premio extraordinario fin de carrera hoy no es una ventaja a la hora de hacer carrera política. Un catedrático no daría mucho juego en una campaña electoral. Se busca gente que atraiga votos para la candidatura. Una persona seria lo tiene más difícil. Ha cambiado mucho el contexto, esa es la verdad.

–Se habla mucho de la división de poderes y el riesgo que corre. ¿La ve en peligro en España?

–Supongo que se refiere sobre todo a la independencia de los jueces. La inmensa mayoría de los que yo conozco son personas rigurosas y poco dadas a la exhibición. Creo que la moda aquella de los jueces-estrella es cosa del pasado. A mí me merecen toda confianza. Otra cosa son las instituciones del poder judicial. El Constitucional ya dijo en un momento que si el Consejo General del Poder Judicial se elegía basándose solo en las mayorías del Parlamento eso lo politizaría, al menos en cuanto a su apariencia. Confieso que a mí, mientras estuve en el Constitucional, me resultó muy molesta la escarapela de quien me propuso.

–Ha dicho en alguna ocasión que el Parlamento es un guiñol del Ejecutivo. De eso también tendrá la culpa la oposición.

–Me refería a la degradación de la vida parlamentaria de la que hablábamos antes. Si el parlamentario no tiene un bagaje personal, se limitará a reproducir el argumentario que le pasan cada día de la forma más divertida posible. De todos modos, creo que hay diferencias entre los diputados de la mayoría y los de la oposición. En la oposición, el portavoz marca la línea del partido. El de la mayoría se limita a decir que el ministro es el más listo. El voto está definido siempre, salvo que se dé libertad, cosa que no suele ocurrir. Otra cosa es cómo se argumenta una postura u otra. Y, en ese punto, el que no tiene fondo, ese bagaje al que me refería, insulta.

–¿Qué le parecen esos discursos, tanto de miembros del Gobierno como de la oposición, aclamados por continuos aplausos por los suyos e interrumpidos con abucheos por los contrarios?

–Eso es fruto de la TV. Se hace coreografía de todo, y eso que usted dice se da sobre todo en los debates más importantes de cada año, que son los que se emiten por TV. He oído que en Brasil retransmiten incluso los debates judiciales y eso puede ser el fin.

–Muchos dicen que la Constitución no puede ser un corsé, y que lo que aprueba el Parlamento debe prevalecer. ¿Cómo se define el equilibrio entre las leyes que diseñan el marco y la voluntad popular en cada momento?

–En el Parlamento hay una presunción de constitucionalidad de todo lo que sale de allí. Luego habrá que ver si es así. Un teórico estadounidense ha escrito que un magistrado de su Tribunal Supremo vive de sus precedentes. Si hay cambios inesperados y no se argumentan con profundidad restan autoridad al tribunal.

–Otro equilibrio: usted advierte de que si la mayoría no puede imponer sus convicciones morales (porque están contaminadas por la religión), la minoría terminará imponiendo las suyas que por no ser religiosas serían vistas como moralmente neutras. Pero ¿hay algo moralmente neutro?

–Nada, evidentemente. El laicismo se presenta como algo neutral y no lo es. Lo dice Habermas, cuando sostiene que discriminar por connotaciones éticas empobrece la vida democrática.

–Vayamos a la cuestión de la composición del Tribunal Constitucional. ¿No es decepcionante ver cómo ante una cuestión que debe analizar se hacen apuestas sobre la decisión que tomará y los votos por los que se aprobará y casi siempre se acierta?

–Pues no crea que es así, ni mucho menos. No es verdad que quienes están en ese tribunal sigan instrucciones de nadie ni decidan según su ideología o la de quienes los han propuesto. Le voy a dar dos ejemplos. Primero: Manuel Jiménez de Parga, que fue propuesto por el PSOE y supongo que nadie dirá que fue un mandado. O Manuel Aragón, también elegido a propuesta del PSOE. Yo mismo he intentado ser absolutamente independiente, y creo que el repaso a mis votos particulares avala lo que le acabo de decir.

Partitocracia

–Luego le preguntaré por eso, pero me gustaría conocer antes su opinión sobre esa corriente de pensamiento que sostiene que en órganos como el CGPJ o el TC las mayorías deben corresponderse en cada momento con las del Parlamento porque esa es la voluntad popular.

–Eso es partitocracia, que nada tiene que ver. Y puede ser un cáncer para la democracia. Si no entiendo que al rector de una universidad lo elijan los partidos tampoco lo entiendo en estos ámbitos. ¿Por qué deben elegir al presidente del Supremo? ¿La neutralidad consiste en ser progre? ¿Algún presidente del Gobierno ha nombrado a alguien de la oposición para un cargo relevante? Bueno, Aznar eligió a Enrique Múgica para Defensor del Pueblo. Hay pocos casos más. Aquí aparece siempre el maniqueísmo de la superioridad moral… y entonces lo correcto es ayudar a los buenos.

–Cuando usted fue propuesto para el Constitucional, el catedrático Javier Pérez Royo se mostró contrario por su pasado en la vida política. Hoy ya no sorprende nada de eso.

–No me extraña nada que Pérez Royo dijera eso. Lo conozco bien. La última vez que lo vi era rector y estaba en su despacho en chándal porque se preparaba para correr una maratón… Mire, yo fui ponente de la sentencia sobre la amnistía fiscal que hizo Montoro, que había sido compañero de escaño. Una sentencia que, por unanimidad, rechazó esa amnistía. No fui al Constitucional para quedar bien con mis amigos.

–¿Nadie presiona a los miembros del TC?

–Yo creo que son gente que tiene ya una edad y una carrera como para no dejarse llevar. Por eso es importante también que haya votos particulares y no de grupo cuando se discrepa de una sentencia. Y sobre la relación entre quienes proponen y los miembros de los tribunales, mire lo que pasa en EE UU con el Supremo. Fíjese en la cantidad de veces que los elegidos acaban ‘defraudando’ a quienes los propusieron.

–Si en vez de centrarnos solo en los partidos ampliamos el foco, ¿tampoco hay presiones? ¿No las hay de grandes corporaciones, o de la Iglesia o sus organizaciones, como el Opus Dei, o de otras entidades?

–El morbo conspiranoico da para mucho, pero le aseguro que no se reciben llamadas de ninguna de esas entidades de las que me habla. En el seno de esos tribunales hay discrepancias, pero no son fruto de presiones sino de las distintas maneras de ver las cosas.

–¿Es habitual que alguien cambie el sentido de su voto tras un debate?

–En el Constitucional yo lo vi muchas veces, incluso en el propio ponente.

–Imagino que puede ser su caso. Usted planteó más votos particulares a decisiones tomadas por magistrados de su corriente que a las de los demás. Incluso hizo votos particulares habiendo sido ponente.

–Eso ha pasado cuando estaba de acuerdo con el fallo pero había planteado argumentos que me parecían relevantes y finalmente no fueron aprobados. Hay quien dice que los votos particulares quitan autoridad a las sentencias pero creo que lo que reflejan sobre todo es que ha habido debate. Y se les da más importancia fuera que dentro. Por eso a veces los medios cuentan quién ha firmado un voto particular y en cambio no dicen quién ha sido el ponente, que es quien ha trabajado más.

–Quizá en ese contexto sí es conveniente que los partidos pequeños también tengan la capacidad de proponer miembros para esos órganos. Así se puede eludir la idea de que funcionan en bloques compactos.

–Los partidos pequeños aportan matices… y chantajes. Aquí se juega demasiado a descalificar al contrario y ponerle líneas rojas.

–¿Ve en peligro la Constitución e incluso la propia idea de España que salió de la Transición?

–Creo que no, aunque es cierto que hay un intento de cambiar algunas de esas cosas. Me parece que ha habido momentos peores en ese sentido. Lo que sí me preocuparía es que la vida social se impregnara de esas opiniones tendentes a demonizar la Transición. Me parece que quienes lo hacen son una minoría.

–Pero se les oye mucho.

–Una minoría ruidosa, eso sí. Mire, yo algo que respeto y respetaré siempre es el derecho a decir tonterías.

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