Descanse en paz el Papa, tan cercano que, al recordar a Zaqueo, nos hablaba de esperanza y de perdón
Reconozco que de pocas cosas me siento más satisfecho que de haber tenido oportunidad de intercambiar, en contadas ocasiones, algunas palabras por más de un papa. Sobre todo, dada la duración de su pontificado -en más de una- con San Juan Pablo II, pero también con Benedicto XVI y con Francisco. En este último caso, con motivo de un coloquio internacional organizado por el Vaticano sobre «Amar en la diferencia. Las formas de la sexualidad y el pensamiento católico», donde hablé sobre «Presuntas fobias como atentado a la libertad ideológica». Como también ocurrió con otros encuentros organizados por la Unión de Juristas Católicos italiana, fue seguido de audiencia pontificia.
Había cierta preocupación, dadas las decenas de participantes sobre cuántos podrían tener la oportunidad de saludarle personalmente, pero Francisco -muy a su estilo- ni dudó en hacerlo con todos, uno por uno. Tuve así ocasión de comentarle que había sido alumno de los jesuitas durante once años, en los que se consolidaron los cimientos de mi relación con Dios; igualmente -como es natural- aludí a mi condición de miembro de la prelatura del Opus Dei. Su mira cariñosa me aminó a solicitarle que me hiciera la señal de la cruz en mi despejada frente, a la vez que añadía «por si se me pega algo»; a lo que correspondió apretándome afectuosamente el brazo.
Para entonces, ya había leído con detenimiento su exhortación apostólica «Amoris laetitia» sobre la familia; una de sus especiales preocupaciones. No me extrañó, dada la situación. Ando escribiendo un librito que me han propuesto sobre la aguda pregunta «¿Qué es el derecho?» y, al llegar al derecho de familia, me he quedado con la impresión de que se ha acabado convirtiendo en un derecho contra familia; dado el individualismo radical dominante.
Me reconozco también asiduo lector de sus intervenciones semanales de domingos y miércoles. Creo que justifica con creces sus exigencias sobre la necesaria preparación de las homilías, para que el predicador no acabe con la afición. Sus prédicas me han hecho mucho bien, porque no solo iban dirigidas a la mente, sino también al corazón; me han parecido propias de un párroco ejemplar.
A más de uno podría extrañarle que lo califique de papa cercano, cuando no ha encontrado hueco para hacernos alguna visita. Se lo he atribuido por un doble motivo. El primero y principal, porque ha insistido en resaltar que la búsqueda de la santidad no es asunto de especialistas; llamando la atención sobre que no faltan entre la gente corriente cuando nos hablaba de los «santos de la puerta de al lado».
El segundo motivo, porque me parece que estamos mal acostumbrados, después de las numerosas visitas de San Juan Pablo II, continuadas por Benedicto XVI, que nos trataron como niños mimados. Quizá esos mimos nos llevan a considerarnos con derecho a que venga el Papa a canonizar a otra Santa Ángela de la Cruz o para acercarse a la aldea y declararse rociero.
La verdad es que otra de las peculiaridades de su pontificado ha sido el objetivo de sus viajes, en los que ha puesto en práctica su especial preocupación por lo que llamaba las «periferias». Quizá por su poco entusiasmo por el mercado, ha renunciado a realizar visitas rentables, en las que sería aclamado por muchedumbres orgullosas de su visita, para ocuparse de Mongolia y destinos semejantes, consolando con su presencia a los minoritarios católicos del país. Esto ha rimado más con su continua preocupación por las víctimas de la emigración o por los recluidos en las cárceles, al considerarlos especialmente necesitados de alivio.
Puede haber llamado también la atención al público más tradicional que, así como León XIII -a finales del XIX- impulsó con la «Rerum novarum» la atención a la llamada «cuestión social», Francisco en la «Laudato si’» haya hecho lo propio -en los inicios del XXI- respecto a los problemas ecológicos y el solidario cuidado de la «tierra común», que heredarán nuestros sucesores.
Descanse en paz el Papa, tan cercano que, al recordar a Zaqueo, nos hablaba de esperanza y de perdón. Andrés Ollero Tassara. Miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Política