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El referéndum andaluz marcó el suicidio de la UCD y lo que había sido muestra de su preocupación personal por Andalucía se acabó convirtiendo en modelo generalizado del mapa autonómico

Corría 2006 y hacía años que el presidente Chaves había anunciado la conveniencia de reformar nuestro Estatuto de Autonomía, al encontrarse ya en trámite el llamado Plan Ibarretxe y haberse iniciado en el Parlamento de Cataluña los trabajos de reforma de su estatuto. Manuel Clavero publicaba ‘El ser andaluz’ para transmitir un mensaje nítido: «Nada que se reconozca al País Vasco y a Cataluña, puede negársele a Andalucía, si esta lo desea». «Lo que importa no es ser la primera, sino que el estatuto que se apruebe no sea de rango inferior a los del País Vasco, Cataluña y Galicia y es especialmente importante para Andalucía cuyo estatuto vigente que se pretende reformar, tiene el mismo rango que el de estas tres comunidades».

Detrás quedaba lo que resaltaba como la superación de «duros requisitos que no se han exigido, ni ahora ni nunca, a Cataluña, el País Vasco y Galicia»; al someterse el estatuto andaluz a dos referéndums, uno de ellos el 28 de febrero de 1980, «con el gobierno pidiendo la abstención y otro el del estatuto», una vez redactado.

Más lejos aún estaban sus esfuerzos durante dos años como ministro de las Regiones y su paso en 1979 al de Cultura, sintomático ya de que su rechazo a cualquier olvido del protagonismo alcanzado por Andalucía en el Estado de las Autonomías en construcción, le estaba marginando en la UCD, a la que había aportado no pocos votos andaluces.

Tenía ya bien claro que «la Constitución de 1978 es, en la organización territorial del Estado, asimétrica» y, por entonces, solo a las consideradas «históricas» se garantizaba «parlamento elegido por sufragio universal, Consejo de Gobierno y Tribunal Superior de Justicia». No disimulaba su postura: «A mí no me gustaba este modelo, ya que prefería en este punto el simétrico de la Constitución de 1931».

El referéndum andaluz marcó el suicidio de la UCD y lo que había sido muestra de su preocupación personal por Andalucía se acabó convirtiendo en modelo generalizado del mapa autonómico. Se popularizó el lema «café para todos». Expresión luego trivializada, con cierto asomo de menosprecio, que me ha llevado a preguntarme más de una vez -al verlo así argumentado- ¿qué tendrán estos contra el café?; porque que lo tuvieran contra el «para todos» ni se me pasaba por la cabeza.

Había sido largo su recorrido, desde los inicios del Partido Social Liberal Andaluz; el pesla, para entendernos. Recuerdo sus caminatas por todas las provincias. En Granada consiguió reunir en una cena a una docena de presuntas fuerzas vivas. No sé qué ocurriría con los demás. Yo, que estaba allí en mi condición de antiguo alumno de sus cursos en la hispalense, no me apunté. Preferí seguir instalado en la cómoda y cotizada independencia académica.

Luego vino su ingrato paso por la UCD y su reto a la sociedad andaluza invitándola a suscribir un partido capaz de convertir en realidad la autonomía tan difícilmente conquistada, sin tener que disfrazarse de marxista para parecer democrático. Sin embargo, la efímera Unidad Andaluza sería la gran ocasión perdida de conservar lo alcanzado con tanto esfuerzo.

Tengo a orgullo haberlo vivido en primera línea. Cuando, tras dimitir como ministro, abandonó la UCD, en la que se había volcado, no dudé en ponerle unas letras, agradeciéndole -como andaluz- su conducta ejemplar. La respuesta fue invitarme a plantar su nuevo partido en Granada. Esta vez no me pude negar. Por primera vez me afiliaba a un embrión de partido, arrastrado por su esperanza de que la sociedad civil andaluza -su empresariado- hiciera posible una nueva comparecencia electoral. Me vi recorriendo las Alpujarras hablando de autonomía y cantando un himno aún poco conocido. Al final, el sucursalismo heredado no estuvo a la altura y condenó a Andalucía a décadas de desgobierno, cuyos ramalazos de corrupción continúan hoy vivos en las reseñas de tribunales.

Casi veinte años después, su libro sigue aún sirviendo como señal de alarma. El contexto de posible reforma estatutaria en que fue escrito lo mantiene vivo. Parece publicado hoy: «en la elaboración de los estatutos y en la reforma de los mismos no se puede modificar la Constitución ni establecer algo contrario a ella, no se puede regular un sistema singular de financiación (sic) de la Comunidad, no se puede limitar la solidaridad en perjuicio de otras Comunidades». «Este objetivo me parece irrenunciable cuando Maragall defiende abiertamente la vuelta a la asimetría de la Constitución de 1978 y un sistema de financiación que en los resultados sea equivalente a los de los conciertos económicos de los territorios históricos vascos y el de Navarra. Esto puede ser muy perjudicial para Andalucía».

SOBRE EL AUTOR.  ANDRÉS OLLERO. Miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas

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