La burguesía sucursalista andaluza no estuvo a la altura de Clavero y se condenó a soportar decenios de ocurrencias de un socialismo, envuelto en la bandera, pero deliberadamente descontrolado
La fotografía de Alejandro Rojas Marcos acompañando a Juan Manuel Moreno fue para mí una espléndida noticia. Por unas cosas u otras, Alejandro ha sido repetidamente para mí punto de referencia. No solo porque en Portaceli fuera de los admirados ‘mayores’, mientras yo compartía curso con su joven hermano Josele, figura hoy en Nueva York. Mi primera asamblea en la antigua facultad hispalense de la avenida del Cid, lo tuvo como protagonista. Lo había detenido la policía por predicar –¡en Valladolid– nada menos que la democratización del Sindicato Español Universitario (SEU).
Luego vino la emergencia andalucista, a la que tanto contribuyó Antonio Burgos con su ‘Andalucía ¿tercer mundo?’. No faltó quien llegara incluso a leer a Blas Infante. Llegarían las elecciones y disfruté mucho al verlo con cinco escaños en el Congreso, e incluso dos en el Parlament, marcando goles al Barça en su campo. Lo que me tocaba las narices es que se apuntara a la pintoresca idea de que para parecer demócrata había que decirse marxista. Lo del seseo político del PSA no me cuadraba. Y luego vino lo de ganar las elecciones municipales en Granada y cambiarlo por la Alcaldía sevillana: un suicidio en media Andalucía…
Y llegó el 28-F y quien se suicida es la UCD. Escribí por aquel entonces un artículo donde traduje críticamente en qué habían quedado de hecho sus siglas: Unión del Centralismo Duradero. Me preguntaba cuál sería la reacción de millones de españoles, que sienten su propia tierra, cuando se vieran convertidos en ciudadanos de segunda, penalizados por el inconfesable crimen de tomarse la Constitución en serio. Decenios después, cuando hay que cambiar el Código Penal para que no enfaden los que exigen privilegios por el enorme favor de seguir siendo españoles, la respuesta parece clara.
Manuel Clavero dio una lección de andalucismo sin ese y, como antiguo alumno, le escribí quitándome el sombrero. Me contesto encargándome de poner en marcha su Unidad Andaluza en Granada y no me pude negar. Así que me abandoné mi coqueta independencia política universitaria y me lancé con José Luis Valverde –luego europarlamentario– a hablar del Estatuto de pueblo en pueblo y a cantar el himno de Andalucía a voz en grito por las Alpujarras.
Me vino muy bien, porque años más tarde –siendo diputado– no desaproveché ocasión de cantarlo en actos institucionales, rodeados de colegas, de uno u otro partido, que no se sabían la letra. Por si fuera poco, Clavero –que ya no era para mí solo profesor, sino ejemplo político– me encargó la ponencia ideológica de su naciente partido. La burguesía sucursalista andaluza no estuvo a la altura y se condenó a soportar decenios de ocurrencias de un socialismo, envuelto en la bandera, pero deliberadamente descontrolado.
Por primera vez en mi vida voté nulo en unas elecciones. Lo hice con una papeleta del PSA, en la que con un rotulador –verde, por supuesto– escribí: «Andalucía sí, marxismo no». Ya en 1979 me había atrevido a profetizar en una entrevista en ‘Ideal’: «Estoy convencido de que, cuando los socialistas se consideren en condiciones de gobernar, abandonarán su confesionalidad marxista».
El 28-F era siempre buena ocasión para desahogarse en los papeles. Pasaron cinco años y recordé que Clavero había puesto en marcha hacía cuatro su oferta interclasista, pero la miopía madrileña fue tajante: antes abandonar un tercio de España al socialismo que dar paso a un andalucismo.
Al proponerme, ya en 1986, Óscar Alzaga que me presentara al Congreso por Granada, solo puse una condición: que mi candidatura se presentara el 28 de febrero; para que no se me olvidara a lo que iba… Prometí estar –y estuve siempre al remate– en el PDP y luego en el PP.
Nunca he sido hombre de aparato. He sido siempre más universitario que político, por eso de mí se acordaban cuando había que hacer los programas; algo que un político es incapaz de tomarse en serio. Sé lo que es salir de nazareno el domingo en San Juan de la Palma y estar dándole al programa de las andaluzas el Lunes Santo hasta que los tambores del Cautivo me hacían bajar a la avenida De la Borbolla. En plenas navidades del 91, cuando Aznar necesitó quien trillara el control parlamentario de la Expo92, me honró encargándomelo por teléfono. ABC fue un fundamental punto de apoyo para mi brega con Pellón.
La fotografía me pareció un monumento al sentido común. Pensé que, entre Alejandro y Juan Manuel, asomaba Manuel Clavero, comentando «ya iba siendo hora…». ÁNDRES OLLERO Es catedrático de la Universidad Rey Juan Carlos